divendres, 19 de novembre del 2010

Benimaclet: tots els colors, totes les cultures.


Avui divendres 19 de novembre hi ha convocada a Benimaclet una manifestació contra la immigració que, segons els convocants, estan destrossant el barri i convertint-lo en un niu de delinqüència. Res més lluny de la veritat. Duc trenta anys vivint ací a Benimaclet, ací he criat als meus fills, i mai he vist cap problema, ni abans ni ara, provocat pels immigrants.

Per saber què és i com és Benimaclet vos penge un deliciós article que el professor Justo Serna, que viu al barri, va publicar en el diari El País el set de juliol passat. 

Benimaclet
JUSTO SERNA 07/07/2010 

En Benimaclet residen miles de personas, nativos con apellidos centenarios y transeúntes recién llegados; inmigrantes que han venido a buscárselas y naturales que jamás han abandonado su lugar. Hay también estudiantes, ruidosos y jaraneros: muchos universitarios atraídos por la convivencia vecinal y por la vida serena de la zona. Ellos provocan la algarabía, claro, cuando se reúnen en el Glop o en el Tulsa. Pero traen también la bullanga que da vidilla al barrio.

Situado a pocos kilómetros del centro de la ciudad, Benimaclet es un sitio que aún conserva numerosas viviendas bajas, algunas alquerías restauradas, ciertas casas de pueblo orgullosamente veteranas y blanqueadas. No hay graves disturbios, no hay cataclismos y todo discurre con la placidez de la existencia ya hecha: una vida fenicia, entre rural y urbana. El barrio está enclavado en la huerta y su población autóctona la forman labradores y comerciantes instalados allí por espacio de años, de siglos incluso. Desde las viejas tiendas de vara hasta los nuevos establecimientos, Benimaclet ofrece una supervivencia apaciguada y modesta. Tenemos hasta banda sonora: los trinos de los pajarillos y los fragores de la Ronda Norte.

Los adultos transitamos por sus calles populosas, aventurándonos en lo cotidiano, abasteciéndonos en negocios bien surtidos: en ultramarinos alicatados y ricamente dispuestos, como Jovani, en Mistral; o en fruterías como las que han abierto los paquistaníes acá y allá. Nos servimos de los géneros frescos aquí y en los supermercados, sorprendentemente valencianos y prósperos. Callejeamos con alegría estival, con el brillo que dan los azules rotundos del cielo, mirando, tachando los recados ya cumplidos: las aspirinas en la Farmacia de doña Vicenta; el duplicado de llaves en Aurelio; el transistor en Muñoz; los euros en la Caja de Ahorros.

Acudimos a Gaia, en Daniel de Balaciart, o a La Traca, en Enrique Navarro, para adquirir las novelas que aliviarán nuestra holganza. Gracias Lola, gracias Alejandro. Y acudimos a La Kañamera a almorzar, con sus viandas tan apetitosas. O nos paramos en el Bio Café a tomar un refrigerio. Luego, avanzando por la calle Murta llegamos a Benipaper, un emporio de la papelería. Allí nos detenemos. Charlamos y compramos la prensa. Seguimos y seguimos, saltando la Ronda Norte, con sus automóviles veloces.

Y ahora sí: ahora yo ya estoy en la huerta fértil. Sigo adentrándome. ¿Adónde pararé? Sabina lo dijo: "Cuando la muerte venga a visitarme / no me despiertes, déjame dormir / aquí he vivido, aquí quiero quedarme..." Ingreso en el camposanto, el cementerio de Benimaclet, tan recoleto, rodeado por bancales de coles y lechugas, de patatas y cebollas...

Sí, cuando la muerte venga a visitarme, aquí he vivido, aquí quiero quedarme.

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